Otoño

El otoño es una muerte bella,
una pena agradable,
un momento angular, en una vuelta,
el llanto de la vida mientras baila,
la belleza rescatándonos.

El otoño es una pérdida inevitable,
una despedida que regresará algún día,
un encuentro cada vez menos lejano.
Es cada vez menos aquel verano inútil
y cada vez más ese invierno necesario

El otoño es la danza de lo vivo,
las lágrimas del chopo erguido
que lanzan gritos, de desesperación ocre, antes de caer
y, una vez en el suelo, bailan al capricho de una ráfaga de viento.
Es la belleza embelesadora de ver un edificio derrumbarse, a cámara lenta;
la tranquilidad de saber que se construirá algo mejor, con el tiempo.
El otoño es una muerte para la que existe resurrección.

El otoño es el rojo y el amarillo, el verde apagado y la tierra, a veces húmeda.
Es un sol que calienta sin quemar,
que ilumina sin cegar,
que llega sin atropellos ni afán de protagonismo.
El otoño es el candor de un ascua que se apaga;
es una invitación a recrearte con lo que captan tus sentidos.
El otoño es la naturaleza que nos acuna, que nos abraza, que nos acompaña en las malas, convirtiéndolas en buenas.
El otoño es ese amigo que siempre está ahí aunque no esté cada día.

Es el otoño el vuelo de la hoja:
un octubre que despega,
un noviembre que pasa volando,
un diciembre que se deja caer.
Es el canto de un crujido,
del manto deshilachado que lo cubre todo,
que nos descubre a nosotros mismos.
El otoño es el descubrimiento de que volamos, sin despegarnos del suelo.
El otoño es la nostalgia ya caduca.
Es el presente abofeteándote de frío.
El otoño es el soporte para lo que vendrá después.